Ruta del Color

2 de noviembre de 2023

Se siente un aire fuerte, una brisa que al caminar inunda los alrededores del parque de San Juan de Betulia; en una esquina, se encuentra Simón quien desde su hamaca y con su infaltable ventilador, le da la bienvenida a los visitantes que quieren conocer este pueblo sabanero. En la iglesia las señoras salen de misa y marcando el reloj, la una de la tarde del domingo, todos se van para sus casas. El pueblo es un fantasma envuelto en el silencio de su gente, al finalizar una calle, en el camino se alcanza a escuchar “los caminos de la vida” de la agrupación Los Diablitos.

Una descripción del Betulia de hace dos años, y hoy a mi regreso encuentro un nuevo pueblo, que renace entre cultura y tradición, a la mañana cuando el sol se asoma los diabolines se disfrutan desde el primer bocado, el vecino que saluda y vive del azar de la vida, la abuelita que todos quieren y el perrito de la patica coja….

Indudable la apropiación y orgullo que tienen ahora los betulianos, hogar de historia, arte y vida.  La  Ruta del Color me trajo aquí, en medio de rumores y noticias locales se hablaba sobre una galería de arte de la que nadie se podía perder. El sábado por la tarde mientras el sol se escondía y el calor se disipaba, la gente comenzaba a adueñarse de las calles viejas de este pueblo de la sabana sucreña. Pronto, quise ir al famoso café Duna´s, subí las escaleras, el lugar se encontraba un poco solo, sus paredes destilaban el famoso olor a “viejo” no puedo definirlo en otra palabra. En una de las mesas se encontraba Catalina Torres, quien impulsó el proyecto que llena este municipio de colores. Ella me recibe con una sonrisa y empieza a contarme como a través de esta iniciativa busca darle vida y resaltar la arquitectura de las casas de palma y bahareque, casas ancestrales que tienden a desaparecer, pero que en Betulia por medio del arte y el color quieren conservarlas y que se conviertan en un patrimonio cultural.

Ahora, con más ansias quiero conocer las historias que resaltan a Betulia. Y me gustaría recorrer las casas de los personajes principales de esta aventura. En la mañana siguiente, los gallos son la alarma que me indica que el día ha comenzado y es hora de ir por un buen desayuno. Yuca, suero, queso, son mis acompañantes para comenzar esta ruta colorida. Al terminar mi desayuno me encuentro con el guía turístico Jose Mario, él muy amable me indica que iniciaremos este recorrido por el famoso “Barrio Azul”. Caminamos aproximadamente 3 cuadras y volteando a la izquierda, en una esquina me encuentro con una casa llena de retazos. Mis ojos se llenaron de lágrimas, ya que esto me recordó a mi abuela y generó sentimientos encontrados.

Agujas y retazos

 

“Esta casa tan particular es propiedad de doña Edelfina Ortega y sus colchas hechas de retazos de tela. Con 103 años de vida ha dejado el legado familiar de la costura y el arte que con amor sale de sus manos” mencionó el guía. ¡Lo sabía! Esto tenía que ser de una típica abuela. Desde 1945 salía a recorrer las calles del pueblo para ofrecerlas, y después de un tiempo los clientes llegaban a tocar la puerta de su casa para comprarlas. Con su sonrisa y  alegría tejía símbolos de unidad que ahora son leyenda.

Al salir de allí quería más y más de lo que tiene este pueblo para ofrecerme, así que impulso al guía para que me lleve a más casas sin importar tiempo y clima. “Ahora sí, pónganse los cinturones, porque está próxima estación les costará 20 minutos de caminata” fueron las palabras siguientes de nuestro líder, y a mi, no me importó, estaba dispuesta a todo.

A-botonado

 

Luego de los mencionados veinte minutos me encuentro con unos botones gigantes, los más grandes que he visto en mi vida y un hombre de una estatura alta y un pelo largo voleando su mano desde que nos ve llegando a la mitad de la cuadra. “Me presento señorita, soy Anselmo Segundo Badel Acosta, pero tranquila, me puedes decir el viejo de los botones” Su energía era única y su historia aún más. A sus  58 años y de manera empírica se ha dedicado al diseño y la confección, de él brota el oficio de convertir un pedacito de tela en arte para vestir, es por esto, que la mayoría de los betulianos van hasta su casa para adquirir alguna de sus prendas, mucho más en las épocas festivas del pueblo, donde la gente muere por estrenar. 

Claramente al salir de allí le hice un breve encargo a don Anselmo, quería llevar parte de su historia a mi casa. “Dale niña, tranquila, ve a la casa de los pescados, come rico y vienes por tu encargo” esas fueron las palabras de despedida del señor de los botones. 

Pare y coma


¿Pescados? ya me imaginaba la fachada de esta casa mientras caminábamos a las afueras de Betulia. Pronto llegamos a  la casa de Ana del Carmen Ortega Montes, quien con 72 años se dedica a la venta de yuca, pescado y productos típicos de la región, para su sustento y el de su familia, siempre con una sonrisa logra cautivar el corazón de las personas que se acercan a degustar sus preparaciones  y tal como lo dice ella, “vendo de todo lo que me de billete”. Allí nos quedamos más o menos 2 horas y me comí un delicioso pescado y una galleta de soda. El amor que transmite doña Ana es indescriptible, llegar a este lugar me hizo sentir en casa, como si nos conocieramos de toda la vida.

“Por qué no has venido, llevo horas esperando a mi invitada” mi guía recibió una llamada de un hombre con un tremendo acento costeño, se escuchaba un poco ansioso “Si Arandú, ya vamos para allá, no seas tan afanoso”. Dijo Jose Mario volteando sus ojos y procedió a decirme que nos fuéramos rápido. 

El príncipe de la selva

 

Al llegar me lo imaginaba como el príncipe de las radionovelas, lo único que puedo decirles es que de parecidos solo tienen el nombre. Udaldo Lázaro Tovar, más conocido como Arandú, quien apodado de esta manera es coronado como uno de los más alegres personajes, de esquina en esquina se la pasa saludando y sacando sonrisas a las personas con las que se encuentra. Entre la venta de ñame y patilla o mejor dicho, sandía, transcurre su vida. Ya entendía porque su casa es de pieles de animales, no contuve la risa por la creatividad y originalidad de estas personas. Pero aún más chistoso todo lo que decía, en esta casa solo se viven risas y momentos alegres. Este príncipe nos despidió pronto porque debía ir por sus “encarguitos” no nos mencionó más. 

Y hasta aquí llegó, el fin del recorrido por estas calles y el inicio de un proyecto que llena almas, transforma mundos y genera esperanzas tanto para los que viven acá como para los que vienen de otras regiones del país. Hay sentimientos encontrados en mí, no quiero irme, quiero conocer, dar de lo que sé, poner mi grano de arena, porque sin duda alguna esto es de todos, al llegar acá me hicieron partícipe de colores, historias, mundos y sueños.

Nos habla Catalina Torres, subdirectora del proyecto Ruta del Color

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