Libia del Socorro Quintero es una mujer de mirada cansada que vive en el municipio de La Estrella con su esposo, hijo, nuera y nieta. Es de la gente que resiste; que aún se ríe de sus propias historias. A veces se siente el cansancio, claro que sí, pero ella, con sus defectos y virtudes sigue caminando por la vida de la mano de sus hijos y nietos, diciendo que algo le duele de vez en cuando y nada más.
Por: María Cristina Moncada TabordaLibia del Socorro Quintero es una mujer de mirada cansada que vive en el municipio de La Estrella con su esposo, hijo, nuera y nieta. Es de la gente que resiste; que aún se ríe de sus propias historias. A veces se siente el cansancio, claro que sí, pero ella, con sus defectos y virtudes sigue caminando por la vida de la mano de sus hijos y nietos, diciendo que algo le duele de vez en cuando y nada más.
Se trata de una abuelita como cualquier otra; de esas que construyeron la base del territorio de Medellín y sus alrededores porque, pese a la violencia y las circunstancias de su realidad, tuvo la valentía de continuar su camino inspirando a los suyos.
Nació en Amagá, pero vivió en Angelópolis casi toda su vida. A sus 17 años se casó con Pedro Luis Moncada. Ella solo sabía que debía servir a su esposo y no le habían hablado de sexo ¡Qué tal! pero tenía que enfrentar el reto del matrimonio. “Que sea lo que Dios quiera” pensaba. Tuvo 10 hijos de los que solo cuatro siguen con vida. Hoy discute constantemente con su esposo, pero ambos están ahí para apoyarse y quererse aunque ya no se besen ni se digan, “te quiero”.
Hace años, durante una noche de campo; de grillos y cielo completamente despejado, se oyó en Angelópolis un ruido que doña Libia aún escucha en su cabeza. Días después, vestida de negro emigró a un lugar que no era su pueblo. Su hijo seguía vivo de alguna manera para ella, aunque la voz de aquel campesino se hubiese apagado por el conflicto armado. Sí, hoy observa su fantasma en la pared de la sala de la casa, pero no con odio a quienes hicieron daño, sino con la melancolía inevitable del recuerdo.
El 8 de agosto de 2001 la vida cambió completamente para ella. A las 9:15pm se oyó el sonido de la puerta que tocaban en la casa de Doña Libia.
-¿Qué pasa?- preguntó pensando que podía tratarse de un vecino que necesitaba algo.
-¿Está Aurelio?- preguntó un hombre.
– Sí- la puerta se abrió.
– Necesito hablar con él, ¿Lo llama, por favor?
– Hijo, salga que lo necesitan.
Cinco minutos después se escucharon cuatro disparos y un cuerpo cayó al piso. Se encontraban un poco más abajo de la casa. Entonces, comenzaron los gritos y el escándalo. “Lo mataron, lo mataron” decían. Su madre no lo podía creer, aún no procesa la información ni lo hará, porque esas son heridas irreparables con las que se aprende a vivir. Ella no resistió y tuvieron que llevarla al hospital del pueblo; allá los médicos le dijeron que no podía regresar a ese lugar de muerte. Sus hijas, quienes residían en Medellín, se la llevaron; sin embargo, no por estar lejos de allí el dolor fue menos intenso, sino todo lo contrario.
En La Estrella lleva mucho tiempo y quién sabe cuánto más estará allí. Lo importante es que cerca tiene a sus hijos que llaman a preguntar frecuentemente por su salud. Es una señora muy fuerte: le han practicado muchos procedimientos en el corazón y es casi un hábito ir al médico. Básicamente, cualquiera diría que le duele todo, porque siempre la aqueja algo: la bronquitis, la rinitis, la epilepsia, su problema del corazón…en su rostro puede verse el agotamiento de tantos años, pero no, ella sigue, con su terquedad e ideas de siempre.
Por estos días tiene una sonda por la que le drenan la bilis de su vesícula. Es un poco incómodo, pero ¡qué importa! Los nietos dicen que ella no se deja consentir porque le gusta hacer todo por ella misma. Quisieron ayudarle a bañarse inclusive, pero ni más faltaba, Doña Libia puede, y puede solita.
Si llegase a faltar, se derrumbaría la familia. Los días van transcurriendo en completa normalidad. Ella sigue ahí viendo la televisión. Ahora come poco, pero sigue riendo, sigue aferrándose a la vida de una u otra forma. Tal vez no imagina que gracias a ella se reúne la familia, que sus nietos que son profesionales han logrado mucho por la abuela…a veces la gente no dimensiona quién es para los demás ni qué huella deja donde llega. Claro que no todo es bueno y no tiene que serlo; un ser humano perfecto si mucho serviría de adorno. Se trata de aprender, de mejorar y aunque suene cliché, de amar.
Doña Libia difícilmente dice a quienes quiere que los quiere, pero solo es necesario observarla para darse cuenta de ello. El cariño debe expresarse, dicen los psicólogos, pero es que a Doña Libia no le enseñaron a decirlo.