Sobreviviendo en el Medellín: la vida entre el rebusque, el miedo y la persecución

Por: Mariana González Pulgarín , Valentina Galvis Valencia,  Andrea Lopera Osorio  y Ana María Botero Lara 

La ciudad paralela

Se les ve deambular de una lado a otro por toda la ciudad, ofreciendo todo tipo de productos. Son personas que sin importar si es día feriado siempre están vendiendo. Los vendedores informales en Medellín no figuran en los listados de empresas ni en las estadísticas de crecimiento económico, pero son parte esencial del alma urbana. Hablamos de personas que un día repentinamente se quedaron sin trabajo, de adolescentes que tienen que ayudar a sus familias para pagar un arriendo, hablamos de migrantes buscando como salir adelante. Estas personas viven con la esperanza de que sus pequeños negocios algún día prosperen.

Video documental: Ana María Botero Lara

Rubén: 44 años de mango y resistencia

Rubén Darío Pulgarín Silva es uno de ellos. Lleva 44 años vendiendo mangos en las calles y ha dedicado su vida a la música, el servicio social y el emprendimiento. Nació en Medellín y ha vivido toda su vida en el barrio Santa Lucía, ahí se crio en una familia numerosa, de 23 hermanos, siendo él el hijo número 20.

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Empezó como vendedor informal a los tres días de salir del ejército, empujado por la necesidad de alimentar a su esposa y a sus tres hijos recién nacidos. Desde entonces, no ha soltado su carrito. Intentó conseguir un permiso formal durante años, incluso siendo líder comunitario, pero no lo logró. “Porque tenía donde vivir”, fue la excusa que le dieron. Hoy, a sus 70 años, ya no insiste, “Ya no hay tiempo de llorar”, dice con resignación. su rebusque, dice, ha sido bendecido por Dios.

Nunca le cobraron vacuna y nunca le levantaron del todo el puesto, excepto una vez en la estación Andalucía del metro. Su testimonio es una mezcla de fe, terquedad y dignidad: “A mí no me interesa cuántos años lleva, necesito que me muestre el permiso”, recuerda que le dijo un funcionario. Sin embargo, ahí sigue, con sus cremas de mango y su sonrisa, en una esquina de Medellín que ya lo reconoce como parte del paisaje.

Video: @Beaconseries

“Ya no hay tiempo de llorar, ya es que se haga la voluntad de Dios.”

Escucha el relato en su propia voz:

Javier: camina para evitar el conflicto

Pero no todos corren con suerte. Javier, vendedor de dulces desde hace cuatro años, empuja su carro todos los días recorriendo el centro de Medellín. “Camino desde San Juan hasta el Parque Berrío, y si no peleo con los de Espacio Público, me dejan tranquilo” afirma con desenfado e impotencia. Tiene la intuición callejera: sabe cuándo moverse, cuándo esconderse y cuándo hablar. Su día depende del humor del operativo.

Para él, la clave está en moverse y no llamar la atención. No tiene permiso, tampoco lo ha solicitado: sabe que el proceso es lento, confuso y, en muchos casos, inútil. Lo suyo es andar, vender y no molestar.

Foto: Valentina Galvis Valencia

“Si no peleo puedo seguir tranquilo con mis ventas.”

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Kevin: la paz tiene precio

Para Kevin, la situación es más cruda. El vende tenis deportivos alrededor del viaducto de la estación del metro San Antonio, con cajas apiladas que arma en pocos minutos. Cada ocho días le pagan 10.000 pesos a los que él llama “los de la vuelta”, una forma que hace alusión a hablar de estructuras criminales que cobran por dejar trabajar. “Es mejor eso que estar peleando o que le dañen la mercancía”, dice resignado.

Lo suyo no es miedo, es realismo. Sabe que si no paga, puede tener problemas. También sabe que la Alcaldía no hace mucho para frenar esas prácticas. “Hay mucho venezolano ahora, y como a ellos no los levantan por vulnerables, los que somos de acá quedamos en la mitad”, afirma, mezclando frustración con resignación.

Foto: Andrea Lopera Osorio

“Si no pago, me quitan todo o me sacan”, confiesa con voz baja.

Sebastián: universitario y vendedor emprendiendo en la calle

Sebastián Henao, estudiante de comunicación social y vendedor informal, nos ofrece una visión cruda y sincera de lo que implica generar ingresos fuera del sistema formal en Medellín. Con su puesto de fresas con crema, montado en la vía pública, su objetivo no es solo vender un producto popular, sino también crear una marca que eventualmente se convierta en un negocio consolidado. “La mayor dificultad es que en cualquier momento, la policía o espacio público puede llegar y llevarse todo. Han pasado más de diez años sin permisos, y te exigen algo que ellos no pueden dar”, dice, frustrado por la falta de apoyo de las autoridades.

Foto: Andrea Lopera Osorio

El joven destaca el sistema de solidaridad que se ha formado entre los vendedores informales, se avisan entre sí sobre las rondas de inspección de la policía. “Hay un sistema de alerta entre los vendedores, nos ayudamos para evadir los operativos” explica. 

Su experiencia va más allá de la sobrevivencia económica, es una lucha por tener trabajo digno. Él también nos cuenta sobre el trato recibido por las autoridades. “La oficina de espacio público realmente no nos sirve. Nos tratan como delincuentes solo por ganarnos la vida”, señala, resaltando la ironía de que su único “delito” sea vender fresas en la calle. A pesar de sus esfuerzos por regularizar su situación, la respuesta siempre es la misma: “No hay esperanza”.

A pesar de los obstáculos el joven no se limita a quejarse, sino que plantea soluciones. A través de su trabajo, ha aprendido mucho sobre la vida, las leyes y la defensa de sus derechos. “No me arrepiento de lo que hago, me ha permitido crecer profesionalmente y como persona” concluye, reflejando la realidad de los vendedores informales en Medellín, que a pesar de las dificultades luchan por un lugar digno en la ciudad. 

El discurso de poder

Aunque en Medellín el conflicto entre vendedores ambulantes y autoridades no es nada nuevo, en los últimos años, con el nuevo gobierno, la gestión del espacio público ha generado nuevos matices. En consecuencia, la Subsecretaría de Espacio Público implementa procesos de autorización temporal para la ocupación del espacio, así lo explica David Ramirez, subsecretario del área, pero este permiso solo se le brinda a quienes cumplan con ciertos criterios de vulnerabilidad y los requisitos impuestos por la ley.

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Por otro lado, los operativos también han sido una razón por la que se quejan los vendedores, quienes aseguran que, en algunos casos, les incautan sus puestos sin una justificación clara. Frente a la crítica por la falta de alternativas reales, la Alcaldía asegura que se está implementando una política pública integral.

Foto: Ana María Botero Lara

Se habla de “gestión” y de “vulnerabilidad” al otorgarle los permisos temporales que, en teoría, le da legalidad a la estadía de los venteros en las calles. “Precisamente en este año estamos en ese ejercicio de implementación a través de lo que está estipulado en el Plan de Acción, para disminuir las condiciones de vulnerabilidad y así mejorando calidad de vida de vendedores informales del distrito”, menciona David, enumerando entidades como ISVIMED (Instituto Social de Vivienda y Hábitat de Medellín) y el Inder, que generan beneficios sólo a quienes logren demostrar el cumplimiento de los requisitos exigidos por la norma.

A pesar de esos esfuerzos institucionales, en la calle este asunto sigue siendo inestable. Hay muchos vendedores que aún no conocen cómo acceder a los beneficios, otros simplemente no califican. Por lo tanto, la presión de las estructuras ilegales y el temor a la pérdida de su lugar, sigue creciendo cada vez más.

Entre el abandono y la dignidad

Los vendedores ambulantes no solo cargan dulces, mangos o zapatos; también cargan una historia de resistencia. Muchos son padres de familia, adultos mayores, migrantes o desplazados. Venden porque no hay otra opción, y lo hacen con una dignidad que no siempre es reconocida.

El problema no es la informalidad en sí, sino la ausencia de un sistema justo que permita el tránsito real a la formalización. Las políticas públicas siguen siendo ineficaces si exigen requisitos imposibles, y los controles siguen siendo arbitrarios si se concentran en unos y toleran a otros.

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Foto: Valentina Galvis Valencia

La Medellín que se vende en el gobierno, no pide caridad. Pide reglas claras, trato digno y alternativas reales. Mientras eso llega, Rubén seguirá con sus mangos, Javier con sus dulces, Sebastián con las fresas con crema, Kevin pagando “diez lucas” por vender, y la ciudad seguirá comprando en la otra economía que sostiene en silencio a miles de familias.

Foto: Mariana González Pulgarín

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