8 de octubre de 2025
Por: Maria Alejandra Pretel, Juan Vásquez, Ana Hernández, Sara Monsalve
El origen de la vida en el valle
Mucho antes de los puentes, avenidas y rascacielos, el valle de Aburrá fue territorio fértil habitado por los aburráes, peques y yamesíes. El río, llamado Aburrá, era su guía y sustento, la arteria que alimentaba sus cultivos y su vida diaria. De sus aguas dependía la agricultura, la pesca y la estabilidad de la comunidad. Era fuente de alimento, riego y equilibrio, un punto de encuentro y de respeto espiritual. El río no solo daba vida: representaba la conexión sagrada entre la tierra, el agua y las manos que la sembraban.
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Del río Aburrá al río Medellín
En 1541, los conquistadores españoles divisaron por primera vez aquel cauce serpenteante y lo bautizaron como San Bartolomé, aunque el nombre que perduró fue Medellín. En 1616, Francisco de Herrera Campuzano fundó la población de San Lorenzo de Aburrá, y con ella inició el poblamiento del valle. Décadas después, la ciudad comenzó a expandirse sin control, y para 1834 el cabildo ya advertía los peligros de las inundaciones. Por primera vez se habló de canalizar el río, no solo para proteger a la población, sino para garantizar la expansión urbana. Fue el inicio de una historia de dominio y transformación que aún hoy no termina.
“Los indios de esta provincia eran pobres de oro, pero grandes agricultores”, señala la Relación de Anserma, texto que evidencia el vínculo histórico entre el agua y el desarrollo del valle.
La ciudad que quiso domar el agua
El primer puente sobre el río el Puente Colombia, inaugurado en 1846 marcó el inicio de una relación ambigua entre progreso y naturaleza. Más tarde, el Puente de Guayaquil consolidó la conexión entre ambos márgenes y simbolizó el avance de una Medellín que crecía aceleradamente. En 1941, la Sociedad de Mejoras Públicas (SMP) lideró las primeras obras de canalización con apoyo del Gobierno Nacional. La intención era controlar los desbordes que cada invierno inundaban los barrios bajos. Sin embargo, ese proceso también significó encerrar al río: domesticarlo, cubrirlo, silenciarlo. La corriente libre se transformó en un canal de concreto que acompañó el auge industrial de mediados del siglo XX.
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El costo del desarrollo
El crecimiento urbano trajo consigo nuevas fábricas, viviendas y vertimientos. El río, que alguna vez fue fuente de vida, se convirtió en receptor de desechos. “El río ya no se escucha ni se huele como antes”, recuerdan los vecinos más antiguos de Guayabal y El Poblado. Las aguas cristalinas se tornaron oscuras y espesas, y los olores se hicieron insoportables. En 2023, un informe de El Colombiano alertó sobre los altos niveles de contaminación, advirtiendo que nadar en el río Medellín representa graves riesgos para la salud. Desde entonces, el cauce se volvió un espejo del abandono ambiental y de la indiferencia ciudadana.
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El río que busca renacer
A pesar del daño, el río Medellín no ha sido olvidado. En los últimos años, Empresas Públicas de Medellín (EPM) ha desarrollado un plan integral de saneamiento que hoy cubre el 93 % del tratamiento de aguas residuales del Valle de Aburrá. Las plantas San Fernando y Aguas Claras se convirtieron en pilares del proceso, permitiendo tratar más de 160 millones de metros cúbicos de agua en 2024. Gracias a ello, la calidad ambiental mejoró y los olores disminuyeron notablemente. Estos logros impulsaron proyectos como Parques del Río, donde la ciudad se reconcilia con su paisaje natural.
“El río está respirando de nuevo”, afirman los ingenieros ambientales de EPM, convencidos de que el cambio es posible si se mantiene el compromiso social y político.
Un símbolo de resistencia
El río Medellín ha sobrevivido a siglos de historia: pueblos indígenas, colonización, industrialización y olvido. Hoy, entre el concreto y los proyectos de restauración, sigue siendo un símbolo de resistencia y memoria. Su cauce encierra la historia de una ciudad que lo utilizó, lo descuidó y ahora intenta devolverle la vida. Cada gota que fluye por su canal recuerda lo que Medellín fue y lo que aún puede llegar a ser. Porque, a pesar de todo, el río Medellín aún resiste.