Entre dólares y desilusiones, la otra cara del sueño americano
Desde distintas ciudades y con motivaciones diversas, los latinoamericanos han migrado en busca del sueño americano, pero esto ¿Es realmente un destino o una trampa disfrazada de esperanza?
18 de noviembre, 2025
Por: Francisco Alejandro Mantilla, Tatiana Pérez, Valeria Sarrazola, Julián Ignacio Holguín, Katherin Valencia.

Cada año, miles de latinos empacan sus sueños rumbo a Estados Unidos, convencidos de que allí, entre los rascacielos, el orden y las oportunidades encontrarán la vida que en sus países parece negárseles. Lo hacen movidos por la promesa del llamado “sueño americano”, un ideal que durante décadas ha seducido a generaciones enteras con la ilusión del progreso. Sin embargo, tras las luces de Nueva York y las playas de Miami se esconde una realidad menos glamorosa, tejida entre sacrificio, soledad y jornadas interminables.
Según las cifras del Consulado General de Colombia en Miami: “En lo que va de 2025, más de 342.000 solicitudes de visa se han tramitado solo en Colombia”. Detrás de las cifras y los discursos de oportunidad se esconden historias de lucha, sacrificio y desencanto. Pero, ¿Qué tan real es ese sueño? Desde las calles de Miami hasta los suburbios de Houston, las voces de migrantes revelan la otra cara de una historia que no es tan bella como parece.
Así pues, el llamado “sueño americano” fue presentado durante décadas como una promesa de libertad, éxito y prosperidad. Un ideal que trascendió fronteras y se instaló en el imaginario latinoamericano como la única vía para alcanzar una vida digna. A pesar de eso, detrás de esa narrativa se esconde un mecanismo de colonización cultural que ha distorsionado el valor de lo propio y ha sembrado la idea de que el futuro solo existe fuera de los territorios latinoamericanos.
Asimismo, a través de los medios de comunicación, el cine y la publicidad, se construyó una imagen del norte como el lugar donde todo es posible, mientras que el sur fue representado como un espacio de carencia, atraso y violencia. Esa idealización ha impulsado generaciones enteras a migrar, convencidas de que el progreso se encuentra lejos de sus raíces.
Los filtros del sueño
Antes de idealizar una nueva vida, el primer paso es conseguir la visa. Antonio Goez, miembro del Consulado General de Colombia en Miami, explica que este documento “es uno de los filtros más exigentes para quienes desean viajar a Estados Unidos”. Según el diplomático, “recomendaría prepararse muy bien, ser honestos en las entrevistas y también presentar toda la documentación requerida de una forma clara y concisa”. Goez enfatiza que demostrar vínculos sólidos con el país de origen es clave para obtener la aprobación: “Se valora que la persona tenga familia, estudios en curso, trabajo o propiedades. La preparación y la honestidad son la base del éxito en este proceso”.
No obstante, Gabriela Soares Isturiz, una venezolana de 20 años, radicada en Houston desde marzo de 2024, llegó a Estados Unidos en el rol de niñera, pero con la intención de perfeccionar el inglés. “Siempre pensé que no podía aprender el idioma, así que decidí venir a un lugar donde me viera obligada a hablarlo”, comentó entre risas. Su experiencia, aunque enriquecedora, también estuvo marcada por la soledad y el esfuerzo.
“El mayor desafío fue acostumbrarme a vivir sola. En mi país vivía con mi mamá y mi abuela, siempre juntas. Llegar a un país donde eres tú con tú misma te obliga a crecer de golpe”. Sin embargo, su mirada sobre el “sueño americano” también cambió. “Yo no lo llamaría un sueño, porque nadie sueña con estar todo el día ocupado, sin tiempo para la familia. Es un país de oportunidades, sí, pero también de cansancio extremo. Aquí la vida se resume al trabajo”. Para ella, lo más duro no fue adaptarse, sino entender que el esfuerzo no siempre se traduce en igualdad. “A un ciudadano americano pueden pagarle tres veces más que a un extranjero en el mismo trabajo. Esas son las cosas que el sueño americano no te muestra”, concluyó Soares.
A su vez, Cristina Salinas, una migrante colombiana que vivió en Estados Unidos durante 7 años, manifiesta que decidió dejar su país con la esperanza de mejorar su situación económica. “Lo que más me motivó fue la búsqueda de un mejor futuro. El idioma y la adaptación fueron los mayores obstáculos, pero logré mis metas porque tenía claro mi propósito: progresar económicamente”. Para Cristina, el sueño americano sí es posible, siempre que haya disciplina y metas claras. “Aprovechar las grandes oportunidades que brinda Estados Unidos es la clave. Pero nunca olvido de dónde vengo. Mi país me da identidad y me recuerda quién soy”, afirmó con orgullo.
Por su parte, la psicóloga Angélica Preciado, explica que la migración va más allá de un fenómeno político o económico, pues representa una crisis humana profunda que rompe con la tierra, la lengua, los vínculos y la identidad. Según ella, esta experiencia puede entenderse como un duelo múltiple, en el que el migrante debe reconstruirse emocionalmente en un entorno ajeno, enfrentando sentimientos de desarraigo, ansiedad y soledad. “Migrar implica dejar atrás el hogar y la red afectiva, y obliga a reinventar la identidad en medio de la pérdida y la adaptación, pero también puede convertirse en un acto de resiliencia y esperanza”.

De la ilusión al desencanto
Víctor Petro, colombiano, también buscó una nueva vida en Estados Unidos, aunque su experiencia estuvo marcada por el desarraigo. “Me vine con mi pareja, pero en la frontera nos separaron. Estuve dos meses detenido en una correccional en Houston. Fue duro; nunca había estado privado de mi libertad”. Con el tiempo, logró adaptarse, pero confiesa que el sueño americano no era lo que imaginaba. “Aquí hay poder adquisitivo, sí, pero no tanta calidad de vida como se muestra desde el exterior. Se trabaja demasiado y se sacrifica la familia. No es un sueño, es una carrera de resistencia”. Su reflexión coincide con la de muchos migrantes: el progreso económico no siempre compensa el costo emocional y humano que implica la distancia.
A su vez, Manuela Aponte Pardo, también colombiana, recuerda cómo migró de forma irregular junto a su madre, impulsada más por el amor que por la ambición. “No fue por dinero ni por la idea del lujo, fue por acompañar a mi mamá, no quería dejarla sola”, relató Aponte.
Su travesía estuvo llena de abusos y humillaciones: “En los controles de México, algunos policías pedían cosas denigrantes para dejarnos pasar. Ahí entendí que el sueño americano no siempre empieza con esperanza, sino con miedo”. En esa medida, el caso de Manuela revela una cara más cruda de la migración: la que nace del instinto de proteger, de la necesidad de compañía y de la promesa de una vida digna, aun a costa de la propia libertad.
¿El sueño es posible?
En contraste con los casos de frustración que abundan, hay historias de éxito que rompen el molde. Una de ellas es la de Andrés Fernando Forero, ingeniero industrial oriundo de Fresno, Tolima, egresado de la Universidad Nacional de Colombia. Y quien, tras una década como gerente operativo-financiero en AJ Ingenieros y estudios en España y Suiza, decidió en su tercer viaje a Estados Unidos convertir su experiencia internacional en una oportunidad.
En 2024 fundó su empresa Lauren’s Village Landscaping LLC, dedicada a techos y paneles solares, formalizada en enero de 2025 en Miami, Florida. El proyecto nació bajo un modelo de sociedad junto con Safe Innovation, lo que le permitió garantizar el funcionamiento operativo y facilitar la gestión remota desde Colombia. Para Forero, “el choque cultural fue inexistente”. Su experiencia internacional le permitió convertir la migración en una ventaja: “Varios compatriotas logran escalar a buenos trabajos gracias a su resiliencia y motivación. Evitan el estancamiento común de otros tipos de migrantes”. Su éxito empresarial le permitió alcanzar un equilibrio que pocos logran: consolidar su negocio y, al mismo tiempo, regresar junto a su esposa e hijas. “Mi meta siempre fue manejar la empresa desde cualquier parte del mundo. Hoy puedo hacerlo”, afirmó.
Entre los testimonios de éxito y los relatos de agotamiento, se revela una verdad común: el “sueño americano” no es igual para todos. Algunos lo conquistan con esfuerzo y visión; otros descubren que el precio de alcanzarlo es demasiado alto. El problema no radica en soñar, sino en haber permitido que los sueños se impongan desde afuera. En creer que la validación y el éxito dependen de otro idioma o de otra moneda. América Latina no necesita ser salvada ni comprada; necesita ser habitada con orgullo.
Quizás el verdadero despertar no esté en cruzar fronteras, sino en construir sueños propios, desde la dignidad y la identidad. Pues como bien demuestra esta crónica, entre dólares y desilusiones también se teje la otra cara “más humana y más real” del sueño americano.