Por: Liliana Echavarría-Callejas
Velia Vidal Romero tiene 35 años en la cédula; 75 en las formas de sus palabras, 10 en la sonrisa y 21 en la mirada. Una mujer con ímpetu en su caminar por la vida. Tiene piel negra y pelo de enredadera. Ama leer para otros, escribe cartas a mano y cuentos para niños. Nació en Bahía Solano, Chocó, el 5 de noviembre de 1982. Creció en una casa llena de plantas y de cantos, de tíos que parecían hermanos. De cariños. Creció frente a la inmensidad del mar.
La Bahía de Solano y ella son la misma cosa: cuando la marea está alta y ocupa todo con el agua, se ven en calma, las olas apenas se dibujan como pequeñas ondas en lo que se intuye es la orilla. Son muy profundas y es esa profundidad la que las hace ver y estar serenas a veces, muchas veces. Pero son ambas el mar pacífico, llenas de corrientes intensas, llenas de fieras marinas – como llamaban sus bisabuelos a los grandes animales del mar-, capaces de alzarse en furia y hacer naufragar hasta las embarcaciones más robustas. En medio de ese juego de mareas que suben y bajan al ritmo de la luna, de seducir con la inmensidad y la calma, son capaces de arrasar con todo y arruinar hasta las más bellas historias con un impulso. No es casual que los morros que adornan la Bahía se llamen Vidales.
Aunque siempre lleva el mar en el cuerpo, Velia ha cambiado de paisaje muchas veces. Estudió su primaria en Quibdó, ciudad de la que no tenía un buen recuerdo por las dificultades económicas que vivió con su madre. Estudió el bachillerato en Cali, en medio de la música y el calor de su familia. Luego llegó a Medellín a probar suerte. Cursó académicamente alguna ingeniería que no viene al caso y finalmente encontró su ruta de vida en la Comunicación Social, carrera que estudió en menos de 5 años en la Universidad de Antioquia.
En Medellín tuvo una agenda social amplia, una vida agitada. Incursionó en la administración pública, primero en temas de medio ambiente y luego en lo que trabaja hasta ahora, en temas culturales. También laboró para la Fiesta del Libro y la Cultura; fue directora del Parque Biblioteca Fernando Botero del corregimiento de San Cristóbal; presentó y dirigió el Programa Regional 125 Ideas de la Gobernación de Antioquia. Conoció a Medellín y al departamento y se sintió parte de ellos.
Su carácter se ha hecho tratando de entenderse y de domarse. Así ha llegado a creerse dueña de su destino, capaz de determinar el curso de sus corrientes, capaz de saber el tiempo que sigue y moldearlo a su antojo. Capaz de estar muy cerca de la selva, de la espesa selva e imponerse.
Pero pasa a veces, pocas veces, pero pasa, que el viento que parece más suave lo cambia todo. Y entonces esa Bahía se convierte en un mar picado, donde las olas no tienen rumbo claro, donde reina la inestabilidad y el devenir del tiempo es incierto.
“Me sentía agobiada, Medellín y sus ansias de poder, Medellín y su frenético pequeño mundo. Sentía que me faltaba el aire. Estaba enferma. Sentía que Medellín ya no era mi lugar. Mi esposo se había quedado sin trabajo, yo no estaba a gusto con el mío. Sentía que era momento de volver al mar.”
Velia tenía una carrera exitosa, pero quiso dejarlo todo. Se despidió de sus amigos del alma. Montó a sus gatas en un avión y llegó a Bahía Solano con el firme propósito de leer y escribir. Descansar. Cuidarse. Tener una vida menos agitada.
Un Motete de alimentos
Pero es una mujer a la que la persiguen los grandes proyectos. En menos de seis meses ya estaba trabajando con un proyecto de alimentación escolar del gobierno nacional que la puso a viajar por el departamento del Chocó y que la hizo instaurarse en su capital, Quibdó, esa ciudad que le traía recuerdos tristes de la infancia.
“Yo acepté ese trabajo porque igual no podía vivir del aire en Bahía, y porque quería ahorrar un poco más para poder construir mi casa frente al mar, pero las cosas cambiaron drásticamente.”
Ese trabajo era una pausa en el camino. En Quibdó empezó a imaginar lo que sería su gran proyecto de vida. Dar de leer. Eso quería. Leer para los niños, leer con los maestros. Su trabajo consistía en otras cosas, pero el ritmo pausado de esa ciudad, le dio los espacios suficientes para ofrecerse como voluntaria en la Biblioteca del Banco de la República y para idearse lo que primero fueron unos clubes de lectura para niños en los barrios con más dificultades económicas y que luego se convertiría en la Corporación Motete.
Y de la mano de amigos del alma, de su esposo, que para el 2016 ya estaba viviendo también en Quibdó, nació Motete, contenidos que tejen, una entidad que promueve la lectura y la cultura, como una oportunidad para construir el pensamiento crítico, autónomo y creativo en las familias del Chocó. Motete, un espacio para alimentar el alma con música, danza, teatro, narración oral y libros muchos libros.
Ese Motete se hizo grande y cobija ahora a mucha gente. De ese Motete, nació Flecho, la Fiesta de la Lectura y la Escritura del Chocó, una iniciativa ciudadana que tuvo su primera versión entre el 14 y el 18 de marzo de 2018 y que al igual que Motete busca reivindicar a la cultura Chocoana y como lo dijo Velia en el discurso de apertura del evento, alejarla de “La exclusión de la Colombia racista y centralista que da su espalda al Chocó convirtió nuestras historias en cosa menor, poco nos vemos reflejados en la literatura, en el cine o en la televisión, y cuando estamos suele ser desde la mirada externa pasada por estereotipos que nos minimizan o nos confinan a una sola versión.”
La lectura como esencia del alma
La Seño Velia, como la conocen ahora en Quibdó, se convirtió en promotora de lectura y en gestora cultural. Quiso sin proponérselo, volver a su departamento, con toda la experiencia recogida en años en Medellín, para impulsar espacios de encuentro, para darle voz a los ciudadanos, para poner al Chocó en la agenda del país, para que se dejara de hablar de las necesidades de un departamento aporreado por la violencia y la corrupción, y se empezara a hablar de las fortalezas, de sus colores, de sus potencialidades.