350 años de Medellín: entre la memoria campesina y la modernidad urbana
Por: Nataly Bustamante Mesa, Maria Paulina Gonzalez Marín, Juan Diego Jiménez Calle y Luciana Pérez Jiménez
A tres siglos y medio de su fundación, Medellín refleja el contraste entre la tradición campesina que dio forma a la villa y la modernidad urbana que la proyecta al mundo.
2 de octubre de 2025
Donde desde 1995 se escucha el rugido metálico del Metro, hace un siglo se oía el chapoteo del río Medellín, ancho y sin domesticar, marcado por el pulso de una villa que todavía no se imaginaba a sí misma como ciudad. En las mismas calles que ahora exhiben vitrinas iluminadas y pantallas electrónicas, alguna vez caminaron arrieros con mulas cargadas de café, panela y maíz, y abrían paso entre el polvo y la bruma. Medellín es una ciudad que ha mudado de piel tantas veces, que a los 350 años parece un cuerpo nuevo, aunque bajo sus capas de concreto aún late la memoria de aquellas huellas primeras: la del río como centro de la vida, la de la montaña como límite y refugio, la de la economía campesina que marcó sus orígenes.
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No fue un cambio sencillo ni lineal. Durante gran parte del siglo VXIII, La Villa de Nuestra Señora de la Candelaria se percibía a sí mismo con un ritmo basado en la agricultura de subsistencia, con pequeñas calles que apenas se insinuaban en su travesía de crecimiento mientras las casas de barro y tapia se arrimaban al cauce del río. Sin embargo, ya a finales de ese siglo, comenzaron a formarse ideas de urbanidad que se expandieron entre las colonias y esto generó la necesidad de ordenar calles, empedrar caminos, levantar puentes que permitieron conectar los barrios dispersos y, sobre todo, articular la villa con las dinámicas comerciales del valle. Ese impulso coincidió con la consolidación de la economía minera y con los primeros esbozos de una industria incipiente, motores (junto a la mentalidad campesina) que empujaron a Medellín más allá de una escala rural.
Ese tránsito del campo hacia la ciudad no se detuvo en los siglos posteriores. En la actualidad, según Valentina Scarpetta, bibliotecóloga de la Universidad de Antioquia e integrante del proyecto Tras las huellas de las prácticas sociales campesinas: reflexiones sobre el patrimonio cultural del campesinado en Medellín y el Área Metropolitana con bibliotecarias/os populares y comunitarios, esa misma lógica se repite en los corregimientos de Medellín: “San Cristóbal y Santa Elena han sido espacios de mucha transformación acelerada. Ya están construyendo muchos edificios, están urbanizando un montón.”
Luces y sombras de la transformación
Ese rápido tránsito hacia la ciudad moderna no fue lineal ni mucho menos uniforme, mientras en el centro crecían edificios y la electrificación empezaba a iluminar, en las zonas periféricas nacían barrios enteros, que se desarrollaron muy rápidamente, aunque sin planeación, ni servicios básicos. Hoy, Scarpetta ha investigado esas periferias y advierte que allí se concentran los contrastes más duros: “En barrios como Altavista, Llorente y Santander predominan las familias desplazadas y afrodescendientes, que viven en arriendo y con menor acceso a servicios públicos. A veces no tienen agua potable o no tienen luz por el día.”
Las montañas que alguna vez fueron bosques vírgenes, se llenaron de comunidades obreras que se encargaban de sostener la industria de una ciudad pujante, pero en condiciones precarias. Esta tensión, (el brillo del progreso frente a la desigualdad persistente) se convirtió en una de las cicatrices más profundas de Medellín. Y aunque han pasado décadas, sigue marcando el rostro de una ciudad ‘’ejemplar’’ que aún atraviesa periodos de crisis en su historia reciente.
Dicha contradicción no ha desaparecido con el tiempo, al contrario, se mantiene firme y viva. “La transformación urbana y social de Medellín ha sido de luces y sombras. Si bien hoy la ciudad busca consolidarse internacionalmente como modelo de innovación, esa narrativa también oculta profundas desigualdades”, explica Luisa Correa, socióloga de la Universidad de Antioquia.
Los proyectos que pusieron a Medellín en el mapa mundial (el Metro, los metrocables, las escaleras eléctricas de la Comuna 13, el Tranvía) transformaron la movilidad, la conectividad y hasta la autoestima de la ciudad, poniendo a Medellín a la altura de otras grandes del mundo, cambiando su perspectiva, mejorando periódicamente, haciendo ver que el territorio es más que solo violencia. Pero no todos recibieron los beneficios. “Estos proyectos han mejorado la movilidad y el acceso a servicios, pero también han generado procesos de gentrificación y desplazamiento que terminan afectando las formas de vida de las comunidades”, advierte Correa.
La ciudad convertida en espectáculo
El precio del progreso, es algo que encareció el suelo urbano. Las zonas dónde se ubicaban barrios hegemónicos y tradicionales, fueron desplazados por torres, centros comerciales y oficinas. Correa, también menciona que ‘’Con el auge de los centros comerciales, urbanizaciones y oficinas, se ha encarecido mucho el suelo. Al fortalecerse tanto el capital inmobiliario y turístico, son las familias de bajos ingresos las que terminan desplazadas hacia la periferia o incluso fuera de Medellín’’. Esta expansión inmobiliaria no da tregua, porque trae consigo inversión y dinamismo para la economía, pero arrincona a quienes históricamente han habitado la ciudad, obligándolos a ceder sus espacios de vida y memoria.
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Para no ir muy lejos, un ejemplo claro es la Comuna 13. Lo que antes era un símbolo del conflicto armado y resistencia, hoy se ha vuelto en uno de los destinos turísticos más visitados de Medellín. “Los barrios populares se convierten en atractivos turísticos a nivel global, lo cual dinamiza la economía, pero también precariza el trabajo y mercantiliza los territorios”, señala la Correa. En ese proceso, la memoria del conflicto y la resiliencia comunitaria se diluyen frente a la avalancha de grafitis, recorridos guiados y selfies. “Muchas veces los visitantes ni siquiera están interesados en la historia de resiliencia que allí habita”, agrega. La turistificación, más que rendir homenaje a la memoria, corre el riesgo de reducirla a espectáculo.
Pero, en medio de esa turistificación, existen proyectos comunitarios que buscan rescatar otra cara de la ciudad. Scarpetta destaca uno de ellos: “La Asociación Siempre Vivas, liderada por mujeres campesinas, impulsa huertas, intercambios de semillas y mercados campesinos. Está muy enfocada en la soberanía alimentaria y en valorar los saberes ancestrales.”
La otra cara: trabajo y desigualdad
Los cambios urbanísticos también han transformado la economía local. La ciudad que alguna vez fue motor industrial se volcó al sector de servicios y al comercio, con el crecimiento paralelo de la economía informal. “Cuando la industria se reduce, el sector de servicios y de comercio crece junto con la economía informal y la precarización del trabajo”, explica Correa. Medellín pasó de ser una ciudad de fábricas y talleres a una urbe de call centers, turismo y ventas ambulantes, con nuevas oportunidades, pero también con condiciones laborales más frágiles.
“Cuando la industria se reduce, el sector de servicios y de comercio crece junto con la economía informal y la precarización del trabajo”
Luisa Correa, socióloga de la Universidad de Antioquia
Hoy, cuando el metro se desliza por El Valle y los edificios de vidrio compiten por espacio en el cielo, la ciudad parece otra, pero debajo de ese presente siguen vivas las preguntas que la acompañan desde su origen: ¿cómo conciliar la memoria rural con el vértigo urbano? ¿qué hacer con un río que alguna vez fue arteria vital y hoy corre enjaulado? ¿qué ciudad se construye cuando la modernidad parece, siempre, una tarea incompleta? Medellín es, al final, ese vaivén entre lo que fue, lo que quiso ser y lo que aún no termina de resolver.