Encajando en una ciudad
27 de noviembre, 2025
Por: Diego Sierra Uribe, Mariana Arroyave Parra, Alejandra Pérez Echeverri, Sebastián Paniagua Pérez
Alcanzar la ciudad
En Medellín, moverse no siempre es fácil para las personas de talla baja. Botones de ascensor demasiado altos, cajeros sin adaptación y escritorios inaccesibles son parte del día a día. Aunque algunos lugares, como la sede de Bancolombia en Laureles, han hecho ajustes, aún persisten las barreras más difíciles de cambiar: las actitudes.
“La gente cree que somos niños”, relata Wendy Gaviria. Explica que muchos los infantilizan o dudan de su capacidad para tomar decisiones. Detrás de esa mirada están los estereotipos que impiden reconocerlos como adultos, profesionales y ciudadanos con los mismos derechos.
Conseguir empleo también es complicado, incluso para quienes tienen estudios universitarios. Por eso, muchos optan por emprender. Ella, por ejemplo, administra apartamentos amoblados y lidera una corporación que orienta a personas de talla baja y a sus familias. Allí ofrecen información, acompañamiento y ayudan a gestionar diagnósticos.
“Lo más importante es saber el diagnóstico”, insiste. Desde ese punto comienza todo: la atención médica adecuada, la autonomía y, sobre todo, la posibilidad de vivir en una ciudad que realmente los vea.

El valor de saber
Después de la muerte de su hermana, entendió que el problema no era solo una tragedia personal, sino una consecuencia directa de la desinformación médica sobre las personas de talla baja. La falta de conocimiento sobre las displasias óseas había costado una vida, y ella no quería que se repitiera.
A partir de su propio embarazo, decidió buscar información, entender los riesgos y acompañar a otras mujeres que pasaban por lo mismo. Descubrió que la mayoría de los médicos apenas habían tratado uno o dos casos en toda su carrera, lo que dejaba a muchas familias expuestas a diagnósticos tardíos y tratamientos inadecuados.
Con el tiempo, junto a otras personas de talla baja, comenzó a organizar espacios de encuentro para compartir experiencias y orientar a quienes necesitaban atención especializada. Su objetivo era claro: que cada persona pudiera acceder a médicos idóneos y programas para enfermedades huérfanas, sin depender del azar o de la suerte de encontrar al profesional correcto.
Habla con conocimiento de causa. Sabe lo que implica someterse a cirugías desde la infancia, lidiar con anestesias de alto riesgo y enfrentar un sistema de salud que no siempre entiende sus particularidades. Por eso insiste en la importancia de la información, del acompañamiento y de una formación médica más consciente.
“Nosotros no nacemos tanto, por eso no nos conocen”, comenta Wendy Gaviria. Esa frase resume una realidad que todavía pesa: la falta de visibilidad y de preparación institucional frente a una condición que, aunque poco frecuente, sigue siendo parte de una lucha cotidiana por la inclusión, el acceso y la vida misma.
Inclusión

Camilo Velázquez, del equipo de discapacidad de la Secretaría de Inclusión Social de Medellín, reconoce que la ciudad aún enfrenta un gran reto frente a la visibilidad de las personas de talla baja. Según los registros más recientes, de más de 78.000 personas con discapacidad, solo cinco son de talla baja.
Para él, la verdadera inclusión comienza con el autorreconocimiento: entender que la discapacidad no es una enfermedad, sino una forma distinta de relacionarse con el entorno. Desde la Secretaría, explica, se promueven apoyos económicos, acompañamiento psicosocial y orientación laboral, además de asesorías para que otras entidades realicen ajustes razonables en infraestructura y atención.
Aunque no tienen la potestad de exigir inclusión laboral, sí buscan sensibilizar al sector público y privado. Velázquez insiste en que la inclusión va más allá del trabajo: “también significa poder salir, estudiar, disfrutar la ciudad sin barreras”. Su llamado final es claro: todas las personas participan, la sociedad avanza como un todo.