María Fernanda Ospina Ruiz/maria.ospinaiz@amigo.edu.co; Ana María Zapata/ana.zapataes@amigo.edu.co
Las ollas llegan a ser parte de herencias familiares. Algunos atribuyen una sazón particular a una olla en específico. Por eso hay personas que se dedican a mantenerlas brillantes y en plenas condiciones para dar sabor. Yerbateros, mecanógrafos hacen parte de este recorrido por los oficios que no se olvidan porque tiene raíces en tradiciones muy nuestras.
El oficio de limpiar ollas cubiertas de hollín en Medellín es una tarea que pocos conocen y muchos han olvidado. Sin embargo, hay quienes aún mantienen viva esta labor.
Juan de Dios Molina, a sus 80 años, lleva 42 dedicándose a devolver el brillo a las ollas que parecen irrecuperables. “Yo soy operado de corazón abierto, tengo cáncer hace un año”, dice con calma, dejando entrever que su vida ha estado marcada por más que el trabajo. Vive solo, pero no lo está del todo: “Tengo unos 25 gatos, los adoro, le digo a la gente que no me los vayan a matar”.
Aunque los limpiadores de hollín no siempre conocen las implicaciones de su oficio, ocasionadas a veces por las sustancias químicas a las que se exponen por el contacto con los limpiadores, con el mismo hollín. Según el Instituto Nacional de Cáncer de Estados Unidos estos riesgos incluyen propensión a cáncer de piel, por ejemplo. Sin embargo, para Juan de Dios, su mayor preocupación es mantener a sus clientes satisfechos y seguir adelante con su vida y sus gatos.
William, un limpiador más joven, lleva 34 años en su puesto de trabajo. Con manos curtidas por el trabajo, describe el proceso de limpiar las ollas como si fuera un arte. “Ya cuando está limpia, cojo un cepillo de acero y lo dejo brillante”, explica, orgulloso de su habilidad. Aprendió el oficio de alguien más hace 20 años, y desde entonces ha perfeccionado su técnica.
El trabajo se intensifica en ciertas épocas del año, cuando los paseos familiares a las fincas terminan con ollas llenas de hollín. “La gente llega con sus ollas negras y las dejamos como nuevas”, dice William. Pero no todo es tan fácil: las condiciones climáticas a veces dificultan el trabajo que estos hombres hacen en locales en los que apneas caben sus inventarios y por esos deben trabajar de puertas para afuera. “A veces la lluvia nos demora, no podemos trabajar en la calle y los clientes entienden”, menciona.
Aunque este oficio no es tan visible hoy en día, y muchos prefieren comprar ollas nuevas en lugar de restaurarlas, William y Juan de Dios siguen firmes. Ambos continúan con su trabajo, sabiendo que cada olla recuperada es un testimonio del valor de lo que hace.
Así, entre ollas ennegrecidas y cepillos de acero, estos limpiadores de hollín continúan ofreciendo un servicio que, aunque antiguo, sigue siendo necesario. Un oficio que, aunque desconocido por muchos, sigue siendo vital para aquellos que aún valoran la tradición de reparar en lugar de reemplazar.