Joyas del arte cinematográfico colombiano

Por: Samuel Elles Bedoya

30 Marzo, 2025

El Séptimo Arte ha acaparado la atención del mundo entero desde su debut en 1888, con una escena de solo 1 minuto que bastó para conquistar al público y consolidar a la industria cinematográfica y dar un paso adelante en la evolución del entretenimiento masivo.

Colombia no se quedó atrás y se unió a la creación de material cinematográfico, pero ¿qué es lo mejor de lo mejor del cine colombiano de los últimos años? Hoy, con la ayuda de Paloma Marín Escobar, docente universitaria y amante del cine y Andrés Múnera Patiño, director, escritor y crítico de cine, darán un salto al pasado y repasaremos las consideradas 10 mejores películas provenientes del país cafetero.

“Considero que el cine colombiano, como cualquier forma de cine en todas las latitudes del mundo, es un testimonio de historia. Es una forma de arte particular porque sólo se completa con la experiencia del espectador, por lo tanto, siempre tiene algo que decir de su tiempo, pero también se actualiza con el presente de quien la observa. El cine colombiano en particular ha sido un punto de fuga estético para nombrar el dolor y la violencia que atraviesan nuestra historia, pero también para ficcionar esperanza”, contó Marín.

¿Qué debe tener una cinta para considerarse “de las mejores”?

Según Marín: “Una película, para ser considerada dentro de una suerte canon de “mejores películas” debería, más allá de impulsarse mediante lógicas de mercado, atender a realidades que integren lo simbólico, la imagen como vehículo de historias ficcionadas, pero, al mismo tiempo, tan cercanas que uno pueda nombrarlas como algo cercano. Me explico, la poética del cine hace que su discurso muchas veces parezca que rebase la realidad, pero, aunque una historia pueda ser “sacada de los cabellos”, presentar mundos posibles como “imposibles”, encuentra la forma de narrar algo cercano y profundo, algo que todos tenemos adentro y con lo que lidiamos, que es el peso de existir”.

Mejores producciones nacionales

Buscando Tréboles (1980)

Dirigida por Víctor Gaviria y con una duración de solo 10 minutos, Buscando Tréboles fue grabado en 1980 como segunda versión del documental filmado en 1979, ambos con la misma puesta en escena que busca sumergirnos en la vida y obra de los niños invidentes de la Escuela Francisco L. Hernández, de Campo Valdés, en Medellín.

“Los 10 minutos más bellos y enigmáticos de la historia del cine colombiano”.

Pepos (1983)

De la mente de Jorge Aldana, “Pepos” pretende conjugar de forma anecdótica las experiencias nocturnas entre adolescentes bogotanos que, como su nombre lo refiere en la jerga callejera, ingieren tranquilizantes o medicamentos estimulantes que llevan a la farmacodependencia. Aparecen sus goces y dificultades, todo ambientado con ecos del Rock n’ Roll de la época.

“Como dice el crítico Pedro Adrián Zuluaga, es justo el eslabón perdido en la historia del cine colombiano. Desbordada, dulce, psicodélica, underground y mística”.

Nuestra Película (1993)

Una película dirigida por Luis Ospina, que busca y logra exponer los últimos momentos del pintor caleño Lorenzo Jaramillo en formato documental. Ante su inminente muerte, causada por el sida, el pintor Lorenzo Jaramillo se confiesa delante de las cámaras y reflexiona sobre su vida, obra y la enfermedad que pronto terminaría con él.

“El pintor se extingue como una luciérnaga enferma a través del soporte digital brumoso de la cámara de Luis Ospina. Una película elegíaca que contiene algunos de los momentos más dolorosamente bellos de la carrera del caleño”.

Corta (2012)

Contó con la dirección de Felipe Guerrero. Esta película muestra la cotidianidad de trabajadores agrícolas del Valle del Cauca, quienes cortan caña de azúcar con sus machetes. Se mantiene la distancia para contemplar los gestos del trabajo manual, la exigencia del cuerpo humano y el paisaje atemporal que los rodea.

“Una película que desglamuriza el status quo representacional del cuerpo para exponerlo a una danza magnética de oficios, desplazamientos y tracciones, pura materia del cálculo”.

Solecito (2013)

Para los amantes del romance adolescente, Solecito, cortometraje dirigido por Óscar Ruiz Navia, construye un reencuentro entre una expareja amorosa que previamente se había topado con el director en un casting. Este reencuentro no solo buscó exponer la ficción, sino también la realidad de dos personas cuyo amor no prosperó, pero que el destino reunió de nuevo.

“Directos y poéticos 20 minutos de un Ruiz Navia en estado de gracia”.

Noche herida (2015)

Un documental de Nicolás Rincón Gille que cuenta la historia de Blanca que, luego de huir del campo, vive en la frontera de Bogotá con sus 3 nietos, el mayor de estos, Didier, decide abandonarla en plena adolescencia. A la distancia, Blanca intenta proteger a su nieto invocando a las benditas almas y, al tiempo, refuerza su relación con sus nietos más jóvenes por miedo a que sigan el mismo rumbo del mayor.

“Gille filma la vivienda de la abuela Blanca como un paisaje vasto sin que lleguemos a atisbar claustrofobia alguna. A través de un fuera de campo hábilmente construido, el director mece lo cotidiano con lo oculto en los barrios periféricos de Ciudad Bolívar, entregándose con fe a los misterios azarosos que regala el plano estático y su duración prolongada”.

Interior (2017)

Como directora y guionista, Camila Rodríguez Triana presenta una película de ficción y drama que transcurre en la habitación de un hostal en Cali. Allí, se ve la manera en la que distintas personas pasan a reposar, siendo el espectador testigo de sus gestos, acciones, maneras de moverse y conversaciones que son la única evidencia que tenemos para saber quiénes fueron y la situación que estaban enfrentando, reflejando del mismo modo, un retrato de la sociedad que se mantiene en silencio.

“Pieza de cámara mínima que contiene la gradación heterogénea de un territorio y sus habitantes”.

Matar a Jesús (2017)

Dirigida por Laura Mora, expone cómo Paula, de 22 años, luego de presenciar el asesinato de su padre, un abogado y profesor especializado en derechos humanos y frente a la poca profesionalidad policial, decide investigar el caso por ella misma y tomar venganza, de ser necesario. Pero no su decisión no será sencilla, pues matar a un hombre no es algo fácil, especialmente cuando el otro es el reflejo de uno mismo: una víctima más.

“La parábola de Mora se rige como bisagra entre una tradición y referente posterior de representación de un entorno con toda su dimensión psíquica, trascendente y corporal. Paula, la protagonista, contempla entre estupefacción y ensimismamiento la ciudad/leviatán en uno de los planos que tenemos siempre surcados en la mente cuando escuchamos la palabra Medellín”.

El Laberinto (2018)

Realizada por Laura Huertas Millán, narra los laberinticos recuerdos de Cristóbal Gómez, un hombre implicado en el ascenso y declive de los capos de la droga en la Amazonía colombiana, mientras deambula por la selva y la que es una réplica en ruinas de la villa de la serie de televisión estadounidense Dynasty.

“El Laberinto funciona como una exégesis del pensamiento mental y plástico de Huertas Millán. Así, la vida de Gómez, ex ayudante del narcotraficante Evaristo Porras, cuyo centro de operaciones estaba radicado en el corazón de la selva, funciona como vehículo intersticial de tránsito, de cruzar las excentricidades de Porras –sobre magnates petroleros–, hasta sembrar una estética del trance que redefine la materialidad y las cosmogonías propias del territorio”.

A pesar de contar con producciones destacadas, hay algunos aspectos del cine y documental colombiano que se considera que podría mejorar.

“Creo que es importante debatir si es necesario relatar la violencia como si fuera un producto de mercado. Hay formas estéticas y simbólicas muy profundas que pueden narrar la violencia”, concluyó Marín Escobar.

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