Hace 70 años murió Pedro II, el papa colombiano
5 de mayo, 2025

Con la futura elección del sucesor del cardenal Jorge Mario Bergoglio, el primer pontífice nacido en el Nuevo Mundo de la Iglesia Católica, se desempolva la historia de un humilde barboseño que, hace casi 90 años, se acostó dentista y se levantó convertido en papa.
Antonio José Hurtado nació en 1892 y siempre quiso ser sacerdote. Algunas fuentes dicen que por su extrema pobreza no pudo terminar sus estudios en el Seminario Santo Tomás de Aquino, en Santa Rosa de Osos, Antioquia, por lo que su frustración se vio “superada” cuando, tras un sueño, una voz le dijo que él podía aspirar al Trono de Pedro, sólo debía esperar su oportunidad.
Mientras llegaba, se convirtió en un todero: carpintero, escritor, periodista, botánico, sastre y, en especial, dentista fueron los oficios que desempeñó este pastor sin grey. Como si fuera poco, ignorando una regla que viene desde el año 533, cuando el obispo de Roma, que se llamaba Mercurio, decidió cambiarse a un nombre menos pagano, proclamándose Juan II. Desde ahí viene la tradición de colocarse un nombre durante su pontificado.
Antonio Hurtado, fiel a la tradición se autoproclamó Pedro II.
La oportunidad llegó en febrero de 1939, cuando Pío XI (Ambrogio Achille Ratti) falleció y la sede quedó vacante. Hurtado envió un telegrama desde Barbosa a la Santa Sede anunciando su candidatura, con estas palabras:
“¡Su Santidad el papa Pío XI ha muerto! Mi corazón que lo amaba más que todos está de luto. Sacro Colegio de Cardenales, ¿buscáis a vuestro futuro vicario? ¡Soy yo! Antonio Hurtado, año tercero de su candidatura pontificia”.
Para su desgracia, se le adelantó Eugenio Pacelli y éste fue elegido pontífice 260, bajo el nombre de Pío XII.
Pontificado alterno
Pedro II Papa de Barbosa se hizo famoso no solo por sus excentricidades sino por su camino pastoral. A su casa, ubicada en la Calle del Comercio, en Barbosa, llegaban decenas de personas que buscaban al dentista y al pastor al mismo tiempo. En ocasiones se vestía con trajes sacerdotales blancos, color exclusivo al líder de la Iglesia Católica.

Además, a su gabinete de sacamuelas le construyó un anexo con una serie de imágenes religiosas, como Santa Apolonia (nacida en Alejandría, 200-249, fue martirizada sacándole los dientes y por eso es patrona de los dentistas), una patena, cáliz y hasta una custodia, donde “daba misas”, que no era más que las lecturas de algunos pasajes bíblicos a su mermada concurrencia. Una mula de madera, que sacaba en procesión, fungía como muda y humilde testigo de su servicio a las almas.
En la Semana Santa de 1944, en pleno Domingo de Ramos, el párroco de la iglesia principal de Barbosa, padre Jesús Antonio Arias encabezaba una procesión cuando se encontró frente a frente a la que guiaba Petro II. Enfurecido por el atrevimiento, en el púlpito dejó claro que quienes participaran en los actos “sacrílegos” de Antonio Hurtado serían excomulgados.
Sin amilanarse, Hurtado fue a su casa y la cena pascual que tenía fue entregada a los curiosos que llegaron para ver en qué terminaba esa pelea religiosa. Como no podía hacerlo de forma abierta, Hurtado llamó con una bocina a sus feligreses y desde la ventana es arrojó pasteles, panes, bizcochos, sardinas y demás productos que había mandado a traer desde Medellín.
“Pues sepan mis queridos compañeros que ustedes han quedado excomulgados por la cena que les di”, gritó desde la puerta de su sede, llamada Vaticano II.



Olor a santidad
Antonio Hurtado no deseaba un cisma con la iglesia que tanto amaba. Su obra y vida más bien demostraron que estaba en concordancia con el servicio a los demás que debe caracterizar a un buen cristiano.
Como manejaba el oro para hacer dientes en ese material, sus ingresos eran buenos para la época, llegando a darle trabajo a más de 20 personas de su entorno, siendo, luego de la administración municipal, la persona que más contrataba en su época.
En su casa construyó una pequeña réplica del Jardín del Edén, donde caballos, burros, perros y gatos desamparados encontraban hogar y cuidado. Cuando un equino, por ejemplo, se recuperaba de los malos tratos y el hambre, lo dejaba libre por las calles del pueblo, terminando seguro en manos de algún paisano avivato o de una carnicería inescrupulosa.
En los años 50 viajaba a la capital antioqueña a comprar billetes de la Lotería de Medellín, con la esperanza de ganarse el premio mayor de $100.000 pesos para repartírselos a familias pobres.
“Tenía una ruleta y ahí colocaba el nombre de las personas necesitadas y le mandaba la plata en un sobre. Correspondía al mercado de un mes. En otras ocasiones mandaba mercados a familias muy pobres”, comentó en su momento Ofelia Gómez Hurtado, quien era familiar y trabajó con él, en una entrevista realizada en 2002.
Pero el paso de los hombres es como un suspiro en este Valle de Lágrimas y con Pedro II no fue distinto.
En 1955 su cuerpo cansado y adolorido le indicó que llegaba a su final. El párroco de Barbosa, padre Pérez, fue más benévolo con Hurtado y lo visitaba y conversaban de la actualidad nacional y del mundo. Cuando lo confesó el padre Antonio Mesa, sólo atinó a decir: “He confesado a un santo”.

Y así, en su Vaticano II, rodeado de familiares y algunos allegados, Pedro II regresó a la Casa del Padre el 14 de mayo de 1955, en la madrugada.
En su mente, seguro vio cómo un cardenal se le acercaría al rostro y con un pequeño martillo de plata le golpearía suavemente la frente, preguntándole: “Antonio Hurtado, ¿estás muerto?, Antonio Hurtado, ¿estás muerto?, Antonio Hurtado, ¿estás muerto?”… Al no recibir respuesta, se giraría a los presentes y diría:
“Vere Papam mortus est“… y las campanas de las iglesias del mundo echarían al vuelo sus sonoras lágrimas mientras que los fieles rezaban el Salmo 130, De profundis, como señal de dolor: “clamivi a te, Domine: Domine ex audi voceam meant / fiat aures tuae in tendentes / in orationem servi tuis…“.
Y el mundo católico esperó hasta 2013 para que, de nuevo, un papa americano sirviera de ejemplo y esperanza a la cristiandad.