El animero: entre la vida y la muerte

El animero: entre la vida y la muerte

15 mayo de 2025

Por: Juan Andrés Rendón Sánchez

En el mes de noviembre cuando cae la noche y el reloj marca las 12:00, un cántico surge, frío y solemne: “un Padre Nuestro por las benditas almas del purgatorio” que resuena por todas las calles del municipio de Guadalupe, Antioquia. Sus palabras angustian y hacen que se te erice la piel.

Ser animero no es sólo un don: es una promesa. Es la muestra de devoción y de amor hacia quienes ya no habitan en el mundo terrenal. Es la persona que dedica sus oraciones a los fieles difuntos, guiado por un propósito ancestral: ayudar a las almas perdidas a encontrar su descanso eterno. Cristóbal Jaramillo, el último animero de la región, es el guardián de una tradición centenaria que se encuentra al borde del olvido.

Trascendencia del animero 

Esta tradición no es algo nuevo, es una práctica que ha trascendido de generación en generación; proviene de los años 300 AC y que hasta la actualidad se conserva con profundo respeto.

Cristóbal Jaramillo Gómez, conocido como “el animero”, nació en Guadalupe, Antioquia, en 1971. Creció en un ambiente impregnado de fe y tradiciones católicas, donde su familia lo condujo siempre por el sendero de la devoción.

-Desde pequeño me llamó mucho la atención el tema de las ánimas- manifiesta mientras se toma un pequeño sorbo de café.

Aún conserva el recuerdo del primer animero que conoció, Paulo Luis Legarda, aquel quien, de algún modo, lo marcó y despertó en él una profunda fascinación por esta labor. Relata cómo se escapaba de casa para acompañarlo en sus recorridos por las frías y oscuras calles del municipio, tocando puerta a puerta hasta que sus habitantes rezaran un Padre Nuestro por los fieles difuntos. También vive presente en su mente una mujer de la comunidad llamada Eloísa Echavarría que siempre en el mes de noviembre salía por las calles a pedir un peso por las benditas almas del purgatorio, su recolección no era en vano, puesto que siempre lo utilizaba para celebrar una santa misa por todos los difuntos.

Donde todo inició

En 1978, siendo aún un niño, asistía a la Eucaristía junto a su abuela, siempre ocupando la parte delantera de la iglesia. A lo largo de su vida, dedicó su tiempo y esfuerzo al servicio de la iglesia, y fue allí donde nació su vocación como animero.

En los años 80, decidió entregarse por completo a esta devoción, asumiendo la misión de orar por todas las benditas ánimas del purgatorio, Desde entonces, cada noche de noviembre “lo verás en las puertas del cementerio municipal pronunciando su oración de protección”.

-¿Y protección de qué?

-Porque cuando hacemos la invocación de los difuntos salen todos los espíritus y entre ellos es lógico que salen espíritus malos, entonces debo de estar muy protegido”, explica mientras enseña su vestuario para realizar su labor”.   

Más allá de un simple vestuario

Siempre porta unos implementos que lo caracterizan como lo son una túnica negra y estola como símbolo de resguardo, también porta su Cristo de San Benito que sirve como protección para las fuerzas oscuras, brujería, hechicerías, en general para los malos espíritus, porta una capucha que la complementa una capa la cual le brinda un resguarda en las noches de invierno y aparte la capucha también le evita que mire hacia los lados -hagamos una comparación chistosa, como un caballo cochero, siempre al frente nunca a los lados- dice Cristóbal con una pequeña risa, además, porta una campanilla esencial para convocar a los fieles, invitándolos a rezar una oración por las ánimas. Con estos implementos y su profunda devoción, se dirige al cementerio: primero realiza la oración de invocación junto a la entrada y luego continúa su misión de interceder por todos los fieles difuntos, dando un recorrido por todas las calles del municipio pidiendo un Padre Nuestro por todas las benditas almas del purgatorio, con una fuerte voz que sientes que retumba en tus oídos.

Así llueva, truene o relampaguee siempre lo verás cumpliendo su obra.

Historias que trascienden

Las historias contadas son muchísimas, negativas como también positivas.

Cristóbal Jaramillo relata que, en uno de los pueblos donde ejerce su labor, vivía un hombre de carácter muy fuerte. Al pasar por su casa, el hombre amenazaba gritando: “¡Te voy a dar con la machetera!”. 

Un día, mientras Cristóbal rezaba el Padre Nuestro a cierta distancia, aquel vecino abrió la puerta empuñando un objeto amenazante. Sin perder la calma, el animero se apartó hacia el extremo opuesto, se encomendó a las ánimas benditas y repitió su frase que solía hacer cuando se sentía en peligro: “Ánimas benditas, ustedes verán qué hacen conmigo”. 

Al continuar su camino, escuchó un estruendo y sintió que el hombre caía al suelo. A pesar del episodio, Cristóbal completó su recorrido. Al día siguiente, el mismo hombre se presentó en la casa cural para disculparse. Confesó que, al intentar agredirlo, sintió unas manos encima sujetándolo, impidiéndole cualquier movimiento. 

El episodio es un claro testimonio de la protección que las ánimas brindan a Cristóbal y fortalece aún más su fe.

Historias como la anterior existen muchísimas que te hacen cuestionar sobre el poder de aquellos que ya no se encuentran pero que siguen vigentes en cada lugar.

Cristóbal Jaramillo, un hombre de carisma inigualable y muy querido por la comunidad, ha mantenido viva la tradición en nuestro municipio. Es el único animero de la región y con una fe inquebrantable, jamás ha abandonado su devoción. Aunque aún no sabemos si su legado será heredado, es fundamental reconocer que él seguirá dándole vida a esta práctica con dedicación, mientras su existencia se lo permita”.

Quizá muchos dudemos de lo que existe más allá del mundo terrenal, pero hay algo que debemos recordar: las almas de quienes no descansan en paz aún conviven entre nosotros y es labor del animero ayudar a estas almas a encontrar el descanso eterno.

Fotos Juan Rendón.

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